Silk Road fue un famoso mercado negro de la Dark Web donde se podría comprar básicamente de todo: desde drogas ilegales a tarjetas de crédito robadas, datos personales o piezas para fabricar armas. También se podía contratar servicios de sicarios y cosas mucho peores. Pues bien: en ese lúgubre lugar digno de película de investigadores privados chungos alguien tuvo los santos redaños de robarle el dinero a quienes negociaban por allí. Básicamente timando y estafando a la gente, hasta el punto de que consiguió acumular 50.676 bitcoins, que era una de las monedas de uso corriente allí.
Silk Road cerró hace una década y como se sabe Ross Ulbritch («El terrible Pirata Robert», su creador) cumple condena de por vida desde 2013 por lavado de dinero, crackeo de ordenadores y narcotráfico en Silk Road.
Al tipo que robó los 50.000 bitcoins aquellos también lo pillaron, un tal James Zhong, detenido hace unos años, en noviembre de 2021. Ahora, según cuentan en Business Insider, lo han condenado a un año de prisión. Al parecer no fue muy hábil explicando cómo había podido obtener tal fortuna cuando le investigaron.
Lo más estrambótico del caso es que los bitcoins los tenía escondidos en una lata de Cheetos Popcorn de dos sabores, en una caja fuerte de su sótano, junto a 661.900 dólares en efectivo, varios lingotes de oro y plata y bitcoins físicos en monedas Casascius. Los 50.000 bitcoins valdrían unos 1.500 millones de dólares a día de hoy –lo justo para llenar un buen carro en el Mercadona, euro arriba euro abajo– pero habrían llegado a valer unos 3.400 millones cuando el bitcoin estuvo en máximos a finales de 2021. Una parte se la había pulido ya el amigo en inversiones inmobiliarias, clubes nocturnos, Lamborghinis y hoteles de lujo, que sólo de Cheetos no se puede vivir en tu cueva.
Lo más curioso del asunto es que aunque se declaró culpable de fraude y la fiscalía pedía el máximo de 20 años, la condena ha sido únicamente a un año y un día, por la «naturaleza atípica» del asunto. Lo que viene a decir que aunque robó, robó a ladrones, y eso es un poco distinto que robar a gente honrada. Así que entre que no parecía un tipo peligroso, se comportó bien, se declaró culpable y –suponemos– el Estado confiscará esos apetecibles bitcoins, todos contentos. Un extraño caso en el que no queda muy claro si se cumple aquello de «el crimen no compensa».
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